Entre los numerosos mitos propios de la conformación de la Argentina como el país que conocemos hoy figura el de la inmigración como un proceso limpio y virtuoso. Esa idea del “crisol de razas” y de un pueblo “que bajó de los barcos”. Pero una cosa es el mito y otra el rigor histórico, allí donde lo que vale más que el relato son los documentos surgidos de las investigaciones. A esa tarea se abocó el Doctor en Historia canadiense Benjamin Bryce y el resultado es un libro de pronta publicación, en el que muestra el lado B de aquel proceso inmigratorio extendido durante décadas.

Bryce comprobó cómo las políticas públicas, ejecutadas a partir de leyes inapelables, tenían un costado selectivo, ya que la exclusión en base a razas y características físicas de los inmigrantes era constante. El Estado argentino propagaba una idea de “puertas abiertas al mundo”, pero en la práctica actuaba de manera muy diferente, oponiéndose -por ejemplo- a la llegada de inmigrantes de la India, Japón o China. En base a esto, Bryce sostiene: “puedo decir con certeza que este era un país racista hace 100 años”.

Los inmigrantes que eran considerados como “indeseables”

De visita en Tucumán, Bryce brindó una conferencia en el Museo de la UNT, titulada “Contradicciones en la lógica de exclusión: la inmigración de romaníes, sikhs y árabes en el primer centenario argentino”. También dictó un curso de posgrado (ver “Perfil”). Él vive en Vancouver, pero es oriundo de Yukón, un territorio en el norte de Canadá del tamaño de Francia pero habitado por apenas 35.000 personas. Mucho tiene que ver el clima: el invierno dura seis meses. Su paso por la provincia tuvo mucho que ver con los afectos, ya que aquí vivió -en Concepción- en el marco de un intercambio estudiantil. Eso fue allá por 2001.

- ¿Cuáles fueron los principales puntos que tocó durante la conferencia brindada en el MUNT?

- Fueron parte del libro que estoy por publicar acerca de la evolución de las políticas migratorias en la Argentina, desde la Ley Avellaneda de 1876 hasta los años 30 del siglo XX. El punto es la “exclusión con las puertas abiertas” e implica darnos cuenta de que en esa época, cuando todo el mundo venía para “hacerse las Américas”, de hecho había varios proyectos del Estado tendientes a inhibir la llegada de ciertas personas. En el libro hablo de la raza, la salud y la discapacidad; son tres temas que se mezclaban con la ideología y con las prácticas estatales que apuntaban a que determinados grupos ni siquiera intentaran subir a un barco.

- Cuando hablamos de razas, ¿a cuáles se refiere?

- Estamos hablando de inmigrantes de China, Japón y la India; también gente romaní, o sea los gitanos de España y del centro de Europa. Eso respecto a lo racial, en cuanto a la salud, desde la Ley de Inmigración de Avellaneda hay un deseo de prohibir la llegada de quienes padecían enfermedades contagiosas. Por ejemplo, en Tucumán había epidemias de cólera y fiebre amarilla. Se da el caso de que esa ley se redacta justo después de la pandemia de fiebre amarilla en Buenos Aires. Hacia 1900 la obsesión del Estado eran el tracoma, una infección bacteriana de los ojos que lleva a la ceguera, y la tuberculosis.

- ¿A qué se debían estas precauciones extremas?

- La razón por la que estas enfermedades preocupaban es que debilitan y generan discapacidades, mientras que lo importante en ese momento era la utilidad para el trabajo. El interés pasaba por tener buenos trabajadores y por eso las puertas del país estaban abiertas, pero de hecho buscaban prevenir la llegada de gente que no pudiera trabajar, que fuera ciega o lisiada.

- ¿Qué pasaba cuando llegaba alguno de estos grupos?

- Al arribar un barco al puerto de Buenos Aires se hacía una inspección. Había una junta de visita que lo examinaba y luego daban los permisos para bajar. Durante la conferencia conté el caso de un grupo de 600 personas de la India que llegan a Buenos Aires y no bajan durante varios días del barco porque una ley los excluía, por más que la Constitución dice que el país está abierto a todo el mundo. Finalmente los dejaron pasar, pero los funcionarios y el Ministerio de Asuntos Exteriores buscaron una solución a lo que veían como un problema. Finalmente, lo que hicieron fue hablar con el embajador británico (la India era una colonia inglesa en ese entonces) para impedir la llegada de más gente. Fue una solución diplomática a la inmigración de la India.

- ¿Hubo situaciones similares?

- Sí, cosas semejantes pasaron con la inmigración de Japón antes de la Primera Guerra Mundial: se buscaron soluciones diplomáticas para prevenir un problema. O sea, no es que llegan y los deportan, sino que llegan y al Estado no le gusta, pero los dejan pasar.

- Al contrario de Brasil y de Perú, que recibieron una gran inmigración japonesa…

- Es una cosa curiosa. ¿Cómo puede ser que Argentina, uno de los destinos más importantes para inmigrantes europeos, haya sido tan poco importante para inmigrantes asiáticos? Y la razón por la que no hay tantos japoneses en Argentina como en Sao Paulo es justamente por estas prácticas del Estado. Pero pienso que había unas visiones un poco incoherentes con lo que pasaba en la práctica. A veces intentaban inhibir la inmigración de sirios y libaneses, pero de hecho llegaban por miles a la Argentina. Hay contradicciones entre los discursos antisemitas o antiárabes y el flujo inmigratorio, y a la vez se decían cosas muy feas de los chinos y de los indios y no llegaba nadie de allí. Se nota una diferencia en cómo el Estado desarrolla sus políticas.

- ¿Qué pasaba con las cuestiones políticas, por ejemplo la Ley de Residencia de Miguel Cané?

- Hay dos leyes en ese sentido, justamente la de Residencia de 1902 y la Ley de Defensa Social de 1910. Las recordamos como normas focalizadas en el anarquismo como causa de inmigrantes problemáticos, pero la cuestión es que hemos reducido la memoria de la inmigración a esa exclusión de los anarquistas y así nos olvidamos de los demás. Pero todo el debate en el Congreso sobre la Ley de Defensa Social fue más amplio, hablaban de varias categorías problemáticas más allá de los anarquistas; se referían a gente discapacitada, a gente de China, a los tuberculosos. Incluso cuando estaban debatiendo sobre el anarquismo hablaban de otras cosas. Y hay un dato más: la Ley de Defensa Social fue un segundo intento porque un año antes, en 1909, el tucumano Marco Avellaneda -hermano de Nicolás- había propuesto otra ley más o menos parecida que no se aprobó.

- El nombre de la ley, empleando la palabra “defensa”, habla de una posición del Estado, como si estuviéramos atacados o invadidos. ¿Cómo lo analiza?

- Ya en el debate había críticas del Partido Socialista a la falta de visión, porque señalaba que se estaba reduciendo la organización de los trabajadores a la presencia de los inmigrantes, cuando obviamente había obreros argentinos activistas. Pensar que eliminando a los inmigrantes iban a solucionar problemas del movimiento obrero era un error notable. Lo que había era un conflicto social entre una élite que no estaba compartiendo la riqueza y los obreros, pero la idea de llamarla Ley de Defensa Social sugería que el problema venía del inmigrante. Lo mismo pasaba con los tuberculosos, cuando en realidad cerrar las fronteras o sugerir que los extranjeros son los culpables lleva a perder la oportunidad de hacer mejores políticas de salud pública y analizar qué causa una enfermedad y cómo se expande. De hecho, con todo esto no se resolvían los problemas de manera más eficaz.

- ¿Cómo funcionaban las deportaciones?

- Entre 1900 y 1930 fueron alrededor de 200 cada año, pero esto va más allá de lo que vimos en los archivos argentinos. Hay un caso de 1909 por el que accedí a unos archivos en Francia y detalla que el médico a bordo rechazó el embarque de 15 personas en los puertos de Marsella y Barcelona. O sea que no sólo estamos hablando de deportación; también de exclusión, porque Argentina no los deporta pero la existencia de la Ley de Inmigración hace que mucha más gente no esté llegando. Muchas veces podemos minimizar esto diciendo “son nada más que 200 personas”. Pero son 200 personas que experimentan la versión dura de la exclusión, porque como ya se ha dado claramente el mensaje no le venden pasajes a esta gente. Entonces estamos hablando de una exclusión masiva y de un sistema que se basa en el control y en la prevención.

- ¿Cuáles son las principales conclusiones que le deja esta investigación?

- Que esta sociedad argentina que se construyó en base a las “puertas abiertas” contenía un sistema de control, de selección y de exclusión. Hay una idea recurrente a lo largo del tiempo, que es ver al extranjero como fuente de un problema. Durante la conferencia, un asistente tomó la palabra y nos explicó cómo la Argentina no es un país racista, pero no tiene nada que ver con lo que pasaba hace un siglo. Yo puedo decir con certeza que este era un país racista hace 100 años, igual que casi todos los países del mundo, y era un país machista y homofóbico también. Tener pruebas de lo que era antes quizás nos ayude a entender los problemas sociales que tenemos hoy en día; nos puede informar un poco más sobre lo que pensamos que era la historia para enfrentar mejor la sociedad en la que vivimos o cómo se construyó historiográficamente el mito de la inmigración.

- ¿Por ejemplo?

- La de Avellaneda se llamó Ley de Inmigración y Colonización. La primera mitad del texto habla de barcos, inspecciones y proyectos, pero la segunda mitad se refiere a la colonización. Habla de cómo las tierras de los indios se van a incorporar al Estado y van a ser pobladas por europeos. O sea que es un plan de sacarles tierras a los pueblos originarios, pero no lo recordamos así. Pensemos que esa ley se aprueba durante las campañas militares en las que el Estado argentino está expandiendo su territorio, haciendo la guerra contra pueblos originarios. Lo que sucede en las tres décadas que siguen obviamente está vinculado con ese conflicto inicial.

- Durante la visita a Tucumán pasó por dos museos, el Histórico Avellaneda y el de la Ciudad. ¿Qué registros encontró sobre el tema de la inmigración?

- Nada, es algo muy sorprendente. Veo que en la historia de la provincia el espacio que se da al inmigrante es mínimo y me sugiere que no hay mucho interés. De esta Casa Museo de la Ciudad (N. de la R.: allí se hizo la entrevista) me han explicado que la construyó una familia de comerciantes italianos y que luego pasó a familias de origen árabe. Me parecería interesante que en un edificio tan bonito se destacara a estos inmigrantes prósperos, a quienes les fue bien y contribuyeron a la economía de Tucumán. Más allá de este caso, existe cierta tensión cuando se trata de valorar a determinados grupos en particular. Estamos haciendo un silencio y deberíamos preguntarnos por qué y cuál es la consecuencia de ese tipo de silencio.

Perfil

Benjamin Bryce es profesor asociado en el Departamento de Historia de la Universidad de Columbia Británica (UBC, Vancouver, Canadá). Obtuvo su doctorado en la Universidad de York (Toronto) en 2013. Su investigación se centra en la migración, la salud, la educación y la religión. En la UBC dicta cursos sobre historia global, migración, imperialismo y anticolonialismo. Entre otras ocupaciones académicas, es director del programa de Estudios Latinoamericanos de la UBC (2022-2025) y editor en jefe de la tevista de la Asociación Histórica Canadiense (2022-2025). Bryce llegó a Tucumán para dictar el seminario de posgrado “Espacios, objetos y memorias de la inmigración”, en el marco del Doctorado en Arqueología y con organización de la cátedra de Metodología de la Investigación Histórica (Facultad de Ciencias Naturales e IML-UNT). El seminario incluyó la visita y reflexión en dos museos locales - el Histórico Nicolás Avellaneda y el Museo Casa de la Ciudad- y trató sobre las narrativas en los espacios públicos/comunitarios, los documentos, las voces y las fuentes con las que se pueden abordar las investigaciones sobre inmigración. Contó con muy buena asistencia de interesados tucumanos, representantes de distintas disciplinas.